Algunos consejos para navegar en el nuevo panorama de la longevidad.
Nacemos con ganas de vivir y, como consecuencia, la mayoría de nosotros pasamos cada día aferrándonos cada vez más a la vida. Hay excepciones, algunas espiritualmente alentadoras, otras psicológicamente deprimentes, pero, en general, todos queremos más vida. En este número de Worth, exploramos la frontera de los tratamientos y terapias que prolongan la vida con la esperanza de separar los hechos de la ficción. La ciencia ha sustituido al misticismo y la alquimia al prometer un camino hacia la vida eterna. Aunque estamos muy lejos de la inmortalidad, la ciencia está logrando ayudarnos a vivir más y mejor.
Según los CDC, la esperanza de vida media en Estados Unidos es de 76,5 años. Y sí, como alguien que ya ha pasado la mitad de la vida, medir esto con un decimal (quizás incluso dos) me importa. A los hombres (73,8) les va peor que a las mujeres (79,3), y estas cifras reflejan un breve descenso a medida que los efectos del COVID-19 pasan por el sistema. Los principales factores que afectan a la esperanza de vida son la diabetes, las enfermedades cardíacas y el cáncer. Todos ellos se pueden controlar, aunque no eliminar, mediante una combinación de dieta, ejercicio, sueño, reducción del estrés y otras estrategias descritas en el artículo de portada del año pasado Vivir más y mejor. Estas soluciones no son especialmente complicadas, pero funcionan.
Las técnicas de prolongación de la vida descritas en este número llevan las cosas a un nivel superior. Desde la terapia con células madre hasta el uso de medicamentos fuera de indicación, existe toda una industria dedicada a vivir más tiempo. Los tratamientos son apasionantes, en gran parte no probados y, a veces, muy, muy caros. Muchos procedimientos no están aprobados por la FDA, por lo que los pacientes deben viajar al extranjero para recibir el tratamiento. Pero para quienes pueden permitírselo, una vida más larga vale el precio, ¿no es así?
Antes de responder, quisiera señalar dos puntos importantes. En primer lugar, vivimos en un país cada vez más desigual. A nivel macroeconómico, el 1% más rico de la población estadounidense posee más riqueza que el 90% más pobre en conjunto. Cuando esto se traduce en esperanza de vida, se vuelve mucho más evidente. El 1% más rico de los hombres en Estados Unidos vive 14,6 años más que el 1% más pobre, según una investigación realizada en el MIT. La brecha es de 10,1 años para las mujeres. Sin duda, los ricos siempre han vivido más que los pobres, pero vale la pena considerar estas cifras a medida que la ciencia avanza.
Mi segundo punto es más filosófico. Los fundadores, financiadores y pacientes del boom de la piratería de la vida son los líderes empresariales que ya han ganado el juego de la vida. Habiendo dominado los mercados y la competencia, ahora quieren vencer a la muerte. Pero más vida no es una vida mejor.
Según los filósofos estoicos, la virtud, la sabiduría y la aceptación del curso natural de la vida son más importantes que la longevidad. La búsqueda de más tiempo nunca debería eclipsar una vida vivida con intención y propósito. Como escribió Séneca el Joven: “La vida, si se vive bien, es lo suficientemente larga”. Existe un riesgo moral en no aceptar la propia mortalidad.
Afortunadamente, este número también incluye los perfiles de 24 mujeres que saben cómo vivir bien la vida. Las homenajeadas en la lista de Mujeres Innovadoras de este año han logrado cosas notables en el arte, los negocios, los deportes y el mundo académico. Cada una de ellas ha tomado medidas para ayudar a otras a hacer lo mismo. iFundWomen de Karen Cahn ha recaudado más de 400 millones de dólares para mujeres emprendedoras y ha creado más de 87.000 nuevos puestos de trabajo. La directora ejecutiva de JetBlue, Joanna Geraghty, está utilizando su iniciativa Fly Like a Girl para reforzar las filas de las mujeres en la industria. Misty Copeland cambió el color de sus zapatos y, al hacerlo, cambió el mundo.